Etimológicamente
hablando, la palabra secuestro tiene
su origen en el vocablo latino sequestrare,
que significa "apoderarse de una persona
para exigir rescate, o encerrar a
una persona ilegalmente". Además se
conoció en la antigüedad con la denominación
de "plagio", término que se refiere
a una "red de pescar". El secuestro
constituye una violación a los derechos
humanos, que atenta contra la libertad,
integridad y tranquilidad de las familias
víctimas del delito. Igualmente, es
una violación a los artículos 1, 3,
5 y 9, hallados en la Declaración
Universal de los Derechos Humanos
adoptada y proclamada por la Asamblea
General de las Naciones Unidas en
su resolución 217ª (III) del 10 de
diciembre de 1948 que rige actualmente.
Por
lo tanto, el secuestro no solo afecta
a la víctima sino a la familia en
general; ya que éstos son sometidos
a lo que los psicólogos, que trabajan
el duelo, conocen como el proceso
de la "muerte suspendida", que es
la angustia que caracteriza al secuestro,
y que se suma a lo que los juristas
llaman la pérdida de libertad.
Ahora bien, el enfoque del secuestro
desde la perspectiva psicológica tiene
un valor de denuncia de la violación
de la integridad de los afectados.
Muestra que el secuestro no se reduce
a la mera pérdida arbitraria de la
libertad por un sector de la sociedad
civil, o un resultado más de la lucha
política que vive el país; sino que
es uno de los componentes preponderantes
de la guerra. Este enfoque resalta
la parte psicológica del enfrentamiento
armado, mostrando que el secuestro
produce terror en los secuestrados
y en quienes lo rodean; desorienta
y tiende a provocar inacción y un
sentimiento de impotencia en la población
civil.